domingo, 28 de septiembre de 2014

Él es mi juez.

“Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9.27).

1.                 “El Padre (...) todo el juicio dio al Hijo” (Juan 5.22)

Jesucristo fue “despreciado y desechado entre los hombres” (Isaías 53.3). Fue clavado en la cruz y murió en deshonra y afrenta. Mas él resucitó triunfante sobre todo adversario, ascendió con majestad a la gloria y está a la diestra del Padre como abogado e intercesor de todos los que confían en él. Cuando se cumpla el tiempo él volverá para juzgar “a los vivos y a los muertos” (2 Timoteo 4.1).

2.                 Nuestro Juez es competente y digno en todo aspecto

Cristo es infinito en sabiduría, conocimiento y juicio. Él nunca cambia (Hebreos 13.8) y por eso es completamente digno de toda confianza. Él nos ha demostrado su amistad en que murió por nosotros. Por eso no tenemos que temer que él sea un Juez sin compasión. Él es perfecto en justicia, por eso de él no esperamos otra cosa que no sea pura justicia. Él es imparcial y por eso no hace acepción de personas. Este es el carácter del gran Juez delante de quien todos nosotros estaremos en pie. Si en esta vida somos prudentes y nos juzgamos a nosotros mismos de acuerdo con su palabra de verdad entonces podemos tener la seguridad de que en aquel gran día nuestro juicio será una alegría y no la sentencia de la muerte eterna por nuestros pecados (Mateo 25.34). Estamos muy agradecidos de que el asunto de decidir el destino eterno de cada humano está reservado para Aquel cuyo conocimiento es infinito y cuyo juicio es perfecto.
 
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